¿Recordáis esos panfletos llenos de noticias y publicidad a partes iguales, antes conocidos como revistas? Sí, sí, esos que venían repletos de reportajes escritos por periodistas o profesionales de los sectores que la componían y que incluían fotografías de artistas que iban más allá de los selfies... ¿Recordáis ese tipo de fotografías, verdad? Pues Walter Mitty no es quién las hace, sino quién se encarga de gestionar los negativos de afamados fotógrafos desde el sótano de la editorial.
No cometáis el error de menospreciar su trabajo, además de contar con un ojo entrenado para seleccionar las mejores instantáneas de una forma impecable, es el encargado de contactar con dichos artistas. Y justo por ello, Walter Mitty se merece ser protagonista de su propia historia.
Además de dirigir esta película, Ben Stiller se mete en el papel de este educado y tímido caballero que no deja de soñar despierto en sus horas laborables, ni cuando está con su familia, ni siquiera cuando mantiene una conversación cara a cara con la mujer de sus sueños. Walter tiene un serio problema para controlar su imaginación, brota cuando menos lo espera transformando en su cabeza la realidad hasta amoldarla a sus deseos.
Al principio de la película, cuando los espectadores conocemos al protagonista tan poco como él se conoce a sí mismo, cuando su vida es un sin fin absoluto de cómoda monotonía, las ensoñaciones de Walter vuelan lejos, son increíbles e imposibles. Pero cuando las necesidades le obligan a agudizar el ingenio, el contenido onírico que se mezcla con la realidad va siendo cada vez más plausibles hasta ajustarse a la realidad.
No voy a entrar a desarrollar el argumento porque a estas alturas estaréis más que cansados de leer sobre esta película. Y si habéis sido más listos que yo, ya formará parte de vosotros como lo forma de mí ahora. Estoy segura de que además de haberla disfrutado habéis asimilado las experiencias de Walter como propias y habéis llegado a la conclusión de que dejar de soñar y lanzaros cuesta abajo en un monopatín o luchar contra tiburones, maletín en mano, sea necesario para darnos cuenta de que la felicidad no es un destino, sino el camino y cómo decides recorrerlo.
Y después... |