¡Salpicados! Capítulos 7 y 8




Capítulo 7

Escupió el  enjuague bucal y sonrió mientras el líquido morado se colaba por el desagüe. Era una suerte que Gabriel hubiese tenido tiempo de encargarse también de eso, pero no dejaba de ser extraño que el funcionamiento normal de la fontanería la hiciese sonreír de aquella forma. Pero, ¿qué narices?, pensó ella acicalándose ante el espejo;  todos tenemos algo especial y Gabriel tiene un auténtico don en esas manos. Unas manos muy curiosas, por otro lado, ni grandes ni pequeñas, ni fuertes ni delicadas, pero sí ágiles y habilidosas.
El teléfono comenzó a vibrar sobre la lavadora octogenaria en pleno funcionamiento, prácticamente tuvo que cogerlo al vuelo.
—¿Sí?
—¿Estás ocupada? —dijo una voz masculina conocida para ella.
Ojalá hubiese mirado la pantalla antes de contestar,  así podría haberse hecho la loca al igual que a las cinco de la madrugada.
—¿Qué quieres Raúl? —respondió rellenando de carmín sus labios—. No tengo ni tiempo ni ganas de tonterías, creo que quedó bastante claro la  última vez.
—No se trata de eso, mujer. —Dejó escapar una carcajada algo forzada—. Mi hermana necesita refuerzo en lengua y literatura, pensé que tal vez tú…
Algo se removió en el interior de Ciara, tal vez la culpabilidad que nunca había sentido por abandonarle le  acabase de dar la punzada que se merecía. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? Raúl era un niñato de 20 años que, por muy universitario e independiente que fuese, no era capaz de ver dos palmos más allá  de sus narices. Probablemente si no hubiesen compartido piso los últimos seis meses,  Ciara no se  habría dado cuenta de su terrible grado de egocentrismo. Pero si eso hubiera pasado, jamás se habrían involucrado aquel verano con ese tira y afloja en una relación sin más  sentido que el sexo.
—Sabes que no es lo mío —dijo con la boca pequeña  cuando lo que en realidad quería decir era  sé  que estás buscando una excusa para  verme y no cuela. Pero Raúl era un chico listo, seguro que lo entendería.
—Sí, pero puedes hacerlo —insistió él—. Pensé  que unas horas extra te irían bien ahora que vives sola.
Como seguía intentando convencerla, Ciara intentó las clases de psicología con las que rellenó sus créditos de  libre configuración. Había algo para superar las adicciones  que solía funcionar… Algo no invasivo para terapias socio… Para enganches,  vamos… ¿Cómo era? ¡Ah,  sí! Algo de unos 21 días.
—Mira,  Raúl —le  cortó—. Vamos a  hacer  una cosa.  Ahora mismo ando muy liada y no puedo estar cogiendo el teléfono todos los días  a  esta  hora… ¿Qué te parece si quedamos —Echó una rápida ojeada al calendario del móvil en busca de 21 días después—  el día 12 para tomar un café?
—¡Genial! Así nos pondremos al día. —La importancia de  las clases particulares se esfumó—.  ¿Qué la una cena?
—Lo que sea —dijo ella—. Pero hasta entonces nada de llamadas ni wasapeos,  ¿vale? Y menos a las cinco de la  mañana.


Capítulo 8

La observó desde lo lejos. Estaba preciosa con sus botas de agua y su abrigo a juego bajando por el tobogán. Menos mal que su abuela había sido previsora y no le había dejado salir en falda, era tanto o más  perico que sus amigos chicos, ya tenía las rodilleras desgastadas.
—¿Quién es la niña más lista del mundo? —Gabriel cogió a su hija en brazos empezó a darle pequeños mordiscos en la barriga de su abrigo. Después de todo un día entre chapuzas,  jugar con su niña  era lo que más le apetecía en el mundo.
Muchas de las madres  se quedaron mirando cuando Melisa rompió a reír por culpa de las cosquillas hasta que su padre la liberó del abrazo.
—¿Nos vamos a cenar, princesita? —le dijo ofreciéndole la mano.
—No quiero ser princesa, yo prefiero ser  el caballo.
—El caballo —repitió él.
—Claaaaaaro. Viven las mismas aventuras que los príncipes, que siempre es mucho más  entretenido, les  miman, les  cuidan,  les cepillan el pelo y se saltan eso de vivir felices entre perdices —le explicó—. No parece nada fácil.
—¿Sabes qué,  enana? — Gabriel agarró a su niña por la cintura y se la  subió sobre los hombros—.  Llevas toda la razón.
Le hizo un gesto a Laura y está  se unió a  ellos de vuelta  a  casa. Jairo, su niño, se agarró de las manos de ambos y empezó a columpiarse entre ellos. Nadie habría dicho que no se trataba de la familia feliz que  parecía aquella estampa.
—Esas zorras están muriéndose de envidia —dijo Laura sintiéndose observada—. Se   les  cae  la baba cuando te  ven jugar  con Mel. 
—Sus maridos  también jugarán con sus niños,  digo yo. —Gabriel  intentó quitarle  importancia alzando a  Jairo en el aire.  Estaba un poco regordete, pero seguía pudiendo con él.
—Sí, pero seguro que no se les  ven los  abdominales cuando se les  levanta la camiseta.
—¿Qué pasa,  Lauri? ¿Has visto algo que te interese? —bromeó.
Su relación  jamás había pasado por algo que no fuese la amistad. Al principio, cuando Verónica anunció a Laura como mejor amiga, tuvieron unos cuántos roces. Laura  había malinterpretado las peticiones de Gabriel  para que Verónica no saliera tanto, le había tomado  por un machista de libro,  pero  pronto cambió de opinión. Casi tan rápido como Gabriel al dejar de verla como una fotocopia de  Verónica. Acabaron por entenderse tan bien,  por confiar tanto el uno en el otro, que la  amistad empezó a erigirse como lo más importante.
—No te  hagas ilusiones,  majete, que tengo otro macho —le  recordó a su nueva conquista—. Con más  abdominales y mejor rabo.
—¿Y tú que sabes de mi rabo?
—No  me  hace falta,  River es  jamaicano.
—Pero, mamá —les  interrumpió Jairo—. ¿River tiene  rabo?
Se echaron a  reír algo avergonzados.

—¿Lo ves? —dijo  Gabriel—.  Por  eso a  las  otras madres  no les gusta tenerte cerca de sus hijos.

Me muero por... (8)



En este octavo Me muero por... voy a confesarme. Soy consciente de que las Navidades están muy cerca y que hay cierta personita que cotillea este lugar en busca de pistas sobre cómo responderme, pues sabes qué (Sí, sí. Te lo estoy diciendo a ti): Que nada de lo que me regales estará a la altura de despertarme junto a ti cada día, así que déjate de tonterías. Soy una persona sencilla, no necesito grandes cosas, pero sí insistes... Sigue leyendo.



Puede que vosotros naveguéis por internet, pero yo pululo. Y pululando descubro muchos blogs por los que hago una pasada y en los que me quedo si me gustan. No es que los blogs de moda me apasionen, la verdad encuentro que la mayoría muestra modelos que no puedo permitirme, pero el de Eva me cae tan bien como ella. Por su culpa, ahora me he encaprichado con esta blusa de Rococoa Candás (una tienda tan asturiana como nosotras) por la que muero.



Del siguiente encaprichamiento tiene culpa mi amiga Mimi. Para que os hagáis una idea de lo importante que es este grupo para nosotras, os diré que fue la razón de que nos hiciésemos amigas. En 2º de E.S.O, la Carmen del pasado (ataviada con su sudadera de los B.S.B) se acercó a la Noemí del pasado (que llevaba un colgante super chulo de su grupo favorito) y le dijo "Qué colgante tan chulo..." y PUF, así de fácil ya éramos amigas. Por eso me encantaría ir con ella a uno de sus siguientes conciertos en febrero (y con las que se apunten, que en el último lo pasamos teta, con gripe A y todo). Ya veremos si la suerte está con nosotras.

¿Y vosotros? ¿Qué os apetece ahora que tenemos la oportunidad de escribir una carta a los Reyes Magos?

Warm bodies

O  Memorias de un zombie adolescente,  como decidieron adaptar  aquí ese Cuerpos cálidos que, a mi gusto, parecía mucho más sugerente. Aunque no estoy del  todo insatisfecha, todos sabemos como se las  gastan,  al  menos no lo han titulado Cosas  de zombies adolescentes  o Algo pasa con  los zombies...

Esta película es una adaptación de  la novela R y Julie de la que tanto oí hablar. Desde su lanzamiento (incluso antes, porque muchos blogeros tenían un previo de la novela  encuadernado cuán manuscrito) leí cientos unas  cuantas reseñas. Pero después de leer Generación Dead de D.Waters, decidí no hacerlo. Imaginé  que acabaría  comparándolas y que eso me haría acabar decepcionada y 16 euros más pobre.  Eso sí,  de  ver  la  película no dije  nada...

Pero se  me olvidó  (oh, yeah, esa soy yo),  gracias a los dioses que soy adicta  a las recomendaciones que Laura (Luz de Léoen) nos da en  su sección Susto o Muerte y esa misma tarde la vi con muchas ganas. Y el resultado fue aún mejor, dejad que os cuente:

Sociedad psotapocalíptica, una ciudad resiste tras un enorme muro bajo el mandato de una especie de cacique militar, interpretado por Jeremy Irons, y grupos de guerrilleros formados por gente joven, entusiasta y con mucho rencor hacia los muertos. En uno de estos grupos se encuentra Julie, hija de dicho cacique, y junto a su chico parece ser una de las más expertas en eso de patear culos a no-muertos. Y menos mal, porque la ciudad necesita víveres del exterior constantemente, y al inicio del film, nos vamos junto a ellos en busca de medicinas.

Pero en esta incursión, el grupo de jóvenes se encontrará con unos cuantos come-cerebros que acabarán con la vida de casi todos ellos... Por suerte para Julie, un zombie (adolescente) la acoge bajo su protección para salvarle la vida.

R es un zombie (adolescente) con pensamientos muy humanos que se preocupa por sus relaciones sociales. Le molesta emitir ruidos de muerto viviente cuando lo que quiere hacer es hablar y no le gustan nada esos zombies (no adolescentes. O sí. No lo sé porque ahí no se especifica. Alguno habría, digo yo) que se quedan en los huesos, como esqueletos, y que incluso se alimentan de otros zombies (adolescentes o no). Le gusta la música y coleccionar cosas. También le gustará Julie... Y las razones de este hecho son tan poco éticas que en el transcurso de la película no dejé debatirme (yo, con mi moralidad) lo correcto de esta relación.

Como ya digo, no leí el libro y no puedo opinar sobre su adaptación, pero las actuaciones me parecieron impecables para los roles que se presentaban y eso que eran mucho más complejos de lo que yo imaginaba. Al contrario de muchas comparaciones con la gran saga de amor entre humana y no-muerto, estos personajes dan más de sí. Sus elecciones serán decisivas para el desarrollo de una macrotrama mucho más compleja. El amor es parte vital de esta historia (literalmente) pero no es la única.


No es una película que pretenda remover conciencias, pero el mensaje llega, convence y conmueve, y divierte que es lo importante cuando es lo que buscamos. Fueron unos 97 minutos muy entretenidos y reconozco que me reí a carcajadas, R. tiene sus momentazos y merecen la pena. Los pensamientos de R. del tipo: "Sé guay", "No la asustes", "Actúa normal", seguidos de su cara de zombie y murmullos de ultratumba, no tienen precio.
Te la recomiendo con creces para una de estas tardes tan frías, con palomitas, chocolatinas o la guarrada que te apetezca; ya verás como no te arrepientes.

¿Aceptáis mi recomendación? ¿O ya la habéis visto?



¡Salpicados! Capítulo 6

Como cada sábado,  una nueva entrega de ¡Salpicados! Poco a  poco, esta historia va tomando forma  y me pide ser  algo más que una micronovela,  y eso que yo intento controlarme porque aprecio mucho vuestro tiempo y se que algo cortito se  lee  rápido y mejor. Hoy se me ha ido un  poco la pinza  con la  extensión, espero que no os importe. 
¡A  leer!





Capítulo 6


Ahora que sabía que estaba ante una chica con estudios, y se sentía más inseguro si cabe,  intentó usar un lenguaje apropiado para contarle  su propia historia. Nada de  expresiones como: “y tal…”,   “ya sabes” o “¿me entiendes, tío?”, que le salían sin darse cuenta;  sobre todo cuando se reunía con sus amigos de toda  la vida. 
Ahora tenía que ser específico y no andarse por las  ramas. Su profesora de   literatura siempre decía que las  personas  inteligentes  aprecian mucho la capacidad  de  síntesis.  Y él la  tenía.  Bueno,  antes  la tenía. Antes  de entrar  en diversificación junto a sus amigos y Verónica.
—Digamos,  simplemente, que cometí el  error de enamorarme  de la  tía más   retorcida  de todo el planeta y fiarme  de ella.
—¡Oh, l`amour! —dijo ella sonriente.
—Sí. La peor enfermedad conocida  por el  hombre —prosiguió—.  Me  dejó ciego, sordo y hasta mudo.  Me convirtió en un agilipollado incapaz de  atender a razones.
—Guau, Verónica tiene que ser una chica realmente  impresionante.
—Lo fue —respondió—. Quiero decir, sigue estando cañón y es muy divertida…  Pero lo que tanto  me atraía  de ella  desapareció en cuanto llegó Melisa. —Se llevó una mano a la cara y se frotó los ojos para controlar los recuerdos que se escondían en ellos—. Melisa   cambió mi mundo, pero no pareció alterar  el suyo.  Se volvió egoísta, celosa,  mezquina… Claro  que todos dicen que siempre había sido así, solo que tener una hija  me había hecho quitarme   la  venda de  los ojos.
Gabriel se frotó los ojos de  nuevo y después  la nuca.  Eso hizo que Ciara se revolviese incómoda. Lo que había iniciado con una pregunta inocente y divertida,  que en citas anteriores había resultado hasta provocativa, se había convertido en una  confesión de  Gabriel.  Se sentía culpable  por haberle obligado a dar un paso que aún no estaba preparado para dar. Por mucho que dijera,  la  venda aún cubría una parte   de  sus ojos.
—Mi turno —dijo con tono alegre,  intentando distraerle—. Te adelanto que mi vida no es  tan divertida como la tuya, más bien es deprimente,  pero el  amor también me dejó ciega  en una ocasión.
Y así,   sin más  dilación,  en parte  por empatía y en parte para servir de distracción, le  confesó a  su acompañante  prácticamente  desconocido que había estado saliendo con un profesor.  Después de una vida  ordenada,  haciendo todo aquello que se supone que una persona  normal  debería hacer,  pasó por el instituto con buenas notas  hacia una buena universidad. El primer año había sido una fiesta tras otra,   por fin había salido de aquel pueblucho de mala  muerte  y sus padres le  daban dinero cada mes  para compartir piso con otros estudiantes.  Pero  en septiembre, las  asignaturas (y sus padres) le pasaron factura y eso la hizo reaccionar a tiempo. Los años siguientes se  aplicó hasta la médula,  tanto que incluso participó en un proyecto de investigación con el profesor más joven e innovador de toda la  facultad.
—¿No te  importó que estuviese casado?
—¿Con  la rancia de  psicolingüística? —dijo ella—.  No.  Se había casado con ella  porque era hija del  decano.  No sabes cómo es  la Universidad,  hay mucha mafia ahí dentro.  Si no tienes contactos, no eres nadie.
Gabriel levantó las cejas sorprendido. 
—Además, él estaba enamorado de mí. O eso creía yo —continuó ella—.  Estaba convencida de que lo que teníamos era pura  magia… Era  atento,  cariñoso, siempre   estaba atento de mis necesidades  y el  asunto de  ocultar  nuestro  amor  le  daba un punto. En mi cabeza idealicé nuestra  relación  como el  cuento de hadas con el que todas  soñamos. —Tuvo la necesidad de agitar  la cabeza a los lados para no recordar. No sabía por qué   se  había sincerado tanto con Gabriel. No tenía que haberlo hecho—. El  caso es  que pasó  lo que tenía que pasar.  Me dejó, publicó mi trabajo a su nombre y   yo  me  quedé  sin nada.
—¿Te robo tu trabajo? —preguntó escandalizado.
—No del todo. Era su investigación,   no la mía.  Que yo fuese su secretaria, hiciese  las  entrevistas, pasase  todos los datos estadísticos y realizase los análisis no quiere decir  nada  más que  fui una gilipollas.  Se aprovechó de  mí.  Y a saber de otras cuantas…
—¡Qué hijo de la gran puta!
—Sí —le  confirmó ella—. Pero aún así, intenté  reponerme.  Después de terminar la  carrera,  volví a  casa  de mis padres con  la intención de mudarme  a corto plazo. Lo tenía  todo planeado: Prepararía unas  oposiciones y me mudaría  allá  dónde  me diesen plaza como  maestra.
Se tomó unos minutos  para respirar y a Gabriel le  dio  la  sensación de que algunas piezas de Ciara  se estaban recomponiendo por dentro. 
—Y las  cosas no fueron como esperabas.
—No —dijo negando con  la cabeza—. Cuando pagué los derechos de examen, antes de que se diese fecha exacta de  la  oposición, mi hermana mayor sufrió cáncer de  mama.
—Joder. Qué mierda. —Por desgracia,  cada  vez  eran  más  los que vivían el cáncer de cerca y Gabriel no había  sido menos—.  ¿Lo superó?
—Loreto fue una de esas que baja las estadísticas… —musitó—. Murió a los pocos meses, pero te  aseguro que para  mí fueron eternos. Yo siempre era quién la acompañaba a todas  las  visitas  médicas, a  veces mi cuñado conseguía días en el trabajo y  me sustituía. Pero intentábamos que él siempre estuviera cerca de mis dos sobrinas.  Eran muy pequeñas   para  comprender nada…
—Lo siento mucho,  Ciara.
La  chica abrió una  lata  de refresco y pegó un trago largo. Tal  vez las  burbujas le dieran esa chispa que necesitaba para no romper  a llorar ante Gabriel y terminar de espantarlo.
—Gracias, pero bueno, hace dos  años de  eso y la vida  sigue. —Dio un nuevo trago—. Aunque  suene  extraño,  esos últimos meses de vida,  mi hermana y yo estuvimos más  unidas que nunca.  Antes de eso, nuestra relación no había sido precisamente idílica… —añadió—.  Pero antes de  irse  me  hizo prometerle que seguiría  adelante con mi vida sin esperar  a que nadie me diese  la  oportunidad.  Por eso,  dos  semanas después  de su entierro, regresé  a la  capital. Busqué un piso cualquiera, un trabajo cualquiera  y listo.
—¿Y qué te hizo venir a esta  ciudad?
—Un amigo de mi tío iba a abrir un bar depresivo y necesitaban camareros que dieran el perfil —bromeó robándole unas risas  a  Gabriel—. Como yo tenía experiencia, y un enchufe que te cagas, me hicieron jefa de sala. Y como el bar estaba aquí y el  sueldo me iba a permitir dejar mi piso compartido,  no lo pensé  dos veces. Ya llevo tres  meses  aquí.
—¿Y te gusta lo que vas encontrando?
Ciara  le miró de  arriba abajo y no  pudo evitar que se le escapase una sonrisa.
—De momento sí. Y mucho.

Tú escribes: Laura López Alfranca

La otra cara del espejo


"Se acercó a la tela y extendió la mano. En aquel momento,escuchó una risilla femenina ahogada que le hizo saltar a un lado, sonrojado. Miró a los alrededores y bajo la cama, pero allí no había nadie. Suspiró y volvió a acercarse a la manta para tirar de ella. En aquella ocasión, sintió como si alguien respirase en su nuca mientras jadeaba su nombre".




Hoy vengo a hablaros de una autora no tan novel. Estoy segura de que muchos la conoceréis bien por ser   muy activa en la blogoesfera o redes sociales como Laura o Xa-LFDM y sino la conoceréis por las reseñas que ya he dejado en este blog sobre sus dos novelas  publicadas La otra cara del espejo y La Tierra estuvo enferma. Pero hoy vamos  a indagar  un  poquito más en la  persona  que es Laura López  Alfranca,  yendo más  allá  de sus trabajos conocidos para  llegar a las raíces de su estilo.

  "¿Cuánto tiempo inviertes desde la primera palabra hasta el punto final de la obra?  
Depende de las novelas y lo que quiera escribir, además de cómo tenga mi vida fuera de lo literario de ocupada: a veces tardo pocos meses en escribir novelas larguísimas y lo mismo para novelas cortas (pero tengo exámenes, corrección de otras novelas…). Las correcciones de igual manera: las hay que he tardado pocos meses y las que sigo tras años con ellas. Solo planifico a la hora de escribir un hilo general,  me gusta dejarme llevar, dado que siempre se me ocurren a mitad ideas muy interesantes que pueden ser incluidas (y no necesitan mucha corrección de antes para ser utilizadas)".


Pero si indagamos un poco más en su día a  día veremos que es una chica todoterreno. Además de estudiar educación infantil y dedicarse a la  escritura y corrección de sus novelas, colabora con las revistas “Ultratumba”, “¡No lo leas!” y “Revista Romántica’s” de forma permanente y esporádicamente con otras revistas. Incluso ha llegado a conseguir puestos relevantes en concursos literarios y ha participado en antologías, un  ejemplo de  ellas: “Ilusionaria 2”. Y por si esto fuera poco,  también gestiona  su propio blog y participa en talleres literarios.  

  "Muchos visitantes de este rincón   aspiran a ver publicadas sus propias novelas,  ¿podrías ofrecernos algún consejo? ¿Tal  vez,  algo que desaconsejar? 
Están los típicos de: no dejes de escribir, lee mucho, aunque te digan que no sigue intentándolo… yo añadiría los que considero importantes: sube capítulos y relatos a lugares donde sepas que te pueden hacer crítica y te ayuden a mejorar. Cuantos más ojos haya mirando, más facilidad tendrás para pulirte y aprender de nuevo. Tened cuidado antes de firmar un contrato: investigad la editorial y preguntad a autores de la misma para saber lo que so podéis encontrar, preguntad en la editorial y a alguien que sepa de leyes sobre las clausulas. En definitiva, no firméis a lo loco o podéis tener problemas. Hay que aprender y confiar en que todo saldrá bien, pero eso no está reñido con ser cautos para evitarnos todos los disgustos posibles".

En definitiva,  una escritora que se pasa el día trabajando. Además de  estudiar previamente  o preguntar  a  profesionales  apropiados para desarrollar  historias verosímiles, las horas  que aplica  a mejorar sus letras se notan en su estilo narrativo, muy elaborado pero  cercano al  lector,  y en los argumentos, siempre  llenos de tramas y subtramas  que enriquecen la  lectura y mantienen al lector expectante. También me gustaría destacar que Laura tiene muchísimo  carisma  y que eso,   de un modo u otro, termina desbordando las páginas de sus novela;  bien sea a través de los personajes, ambientaciones sanguinarias  o acciones  desagradables en las que no nos priva de detalles.

Pero debo reconocer que, de sus dos  novelas, La  otra cara  del  espejo fue con la  que me quedé más satisfecha.  No porque La  Tierra  estuvo enferma esté falta de ambientación, trama  o personajes perfilados, sino  porque en La otra cara del  espejo lo estaban mucho más. Hay algo en el  terror psicológico que a Laura se le da de miedo y espero  ansiosa su siguientes trabajos:
"¿Y ahora mismo? ¿Algún proyecto que puedas compartir con tus lectores? 

Estoy en la corrección de tres novelas (una de fantasía oscura juvenil, una de terror decimonónico y con más puntos de erotismo que espejo y una de terror psicológico), además de estar escribiendo una novela (muy convertible en saga) de steampunk con Amaya Felices y relatos. Siempre ando trabajando, una no puede quedarse mano sobre mano o jamás conseguirá nada". 
¿Un consejo? No la perdáis de vista. Os invito a leer cualquiera de sus  dos  novelas  y compartir vuestra opinión  con  el  resto de sus lectores. Y no olvidéis visitar:

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¡Salpicados! Capítulo 5

 
 Capítulo 5

No le gustaba sentirse como una niñata a esas alturas de su vida, pero tenía que reconocer que encontrarse con un Gabriel esperándola, con una pierna poyada sobre la fachada y fumando con cierta dejadez, le había acelerado el pulso. Se le escapó una sonrisa cuando Gabriel le enseñó aquella moto cutre y destartalada, definitivamente había vuelto al instituto.
―Te invito a cenar dónde quieras ―dijo.
Automáticamente, Ciara pensó en un menú de cuatro euros compuesto por hamburguesa, patatas y coca-cola. No solo porque probablemente era lo único que podía permitirse (a no ser que su madre le hubiese prestado dinero, algo altamente probable), sino por ese halo de adolescencia que le rodeaba. Gabriel no había tenido la oportunidad de madurar en solitario, no conocía los rituales propios de las relaciones más adultas, así que estaba en su mano mostrarle el camino.
―Lo único que está abierto a esta hora es el McDonalds y es un sitio que no va del todo conmigo. ―Al ver el ceño fruncido de Gabriel, Ciara le dio unos segundos para asimilarlo―. Pero traigo la comida que nos corresponde en el bar ―dijo agitando una bolsa de papel marrón ante sus ojos―, así que si no te importa cenar a base de croquetas, patatas bravas y aperitivos por el estilo, conozco un sitio estupendo.
―Genial ―dijo él subiendo a la moto―. Tú dirás.
Le guió hasta la playa, a unos quince minutos de su barrio, y caminaron hasta alcanzar las dunas. No había tanta luz como en pleno paseo, lleno de bares de copas y cervecerías, y el frío en ese octubre, tras un verano muy caluroso, empezaba a hacer mella. Pero a ninguno de los dos parecía incomodarle nada. Caminaban entre risas, tropezando entre espigas y hundimientos en la arena, hasta dar con el lugar ideal con vistas inmejorables del inmenso azul.
―Hace apenas dos semanas estaba en bañador haciendo castillos de arena con Melisa ―dijo llevándose una croqueta inmersa en salsa a la boca―. En este lugar uno no puede fiarse del tiempo, siempre cambia de golpe.
―Pero es algo bueno, los que crecemos con estos cambios estamos hechos de otra pasta. La vida nunca avisa antes de un cambio brusco, antes de algo que pueda hundirte o hacerte resurgir de las cenizas, y nosotros tenemos la ventaja de estar acostumbrados.
―Puede ser. ―Gabriel se encogió de hombros―. Y fíjate lo negro que se ve el mar ahora, hace unos días era azul cristalino.
―Sí, es curioso lo que puede hacer un poco de luz ―dijo Ciara provocando su risa―. Pero fíjate mejor, por muy oscuro que parezca, está rodeado de estrellas. Es cuestión de perspectiva, yo siempre prefiero mirar al cielo.
―Buena idea.
Gabriel se recostó sobre la arena y Ciara le imitó para disfrutar de esa noche tan despejada. Le señaló la osa mayor, una de las pocas que conocía, y le contó su historia. Él abrió la boca sorprendido como lo habría hecho su hija.
―No me digas que eres una de esas chicas listas.
―¿De las que llevaba gafas, prestaba poca atención al maquillaje y no hacía pellas?
―Sí.
―¿De esas a las que un chico como tú jamás se acercaría porque no llevaba un piercing sobre el labio? ―quiso saber ella girando la cabeza hasta encontrar sus ojos.
―Sí. De esas que no quieren perder el tiempo con chicos como yo.
―Sí, yo era de esas ―confesó―. Pero en el fondo todas las chicas nos moríamos por pasar una tarde con chicos como tú. Las que estudiábamos y las que no.
Eso le dio que pensar. Sin saber muy bien por qué se acordó de Margarita, su vecina de toda la vida y compañera de clase en el primer periodo de la E.S.O, antes de que a él le metiesen en diversificación. Marga llevaba aparato, gafas que parecían hechas de madera y ropa que no era de marca, demasiado recatada. No hablaba con casi nadie, más allá de sus cuatro amigas muy parecidas a ella, y siempre que la saludaba se le subían los colores. Recordó haberse reído de ella junto a su grupo de amigos, recordó a Verónica imitándola por los pasillos sometiéndola a una humillación en la que él, en menor o mayor medida, siempre participaba. También recordó que en la actualidad trabajaba como médico en el hospital universitario y que sus padres no tuvieron que volver a comprar en el mercadillo.
―Espera… ―dijo él―. No te ofendas, pero, si eras una de esas chicas ¿no deberías estar curando el cáncer o dirigiendo tu propio bufete de abogados?
A Ciara le entró un pequeño ataque de risa del que le costó escapar.
―Estudié magisterio por educación especial ―le explicó―. Y si tienes algo de idea de lo bien que va este país en educación y de lo que invierten en personas dependientes, comprenderás porqué soy camarera.
―Ya… ―dijo. Pero a pesar de saber que había manifestaciones y haber oído algo de ese ministro de educación que pretendía tirarlo todo abajo, no comprendía del todo el asunto. Desde su punto de vista, una persona con estudios siempre tenía más oportunidades que el resto. Por eso a él las cosas le habían ido tan mal. Su hermano, que había estudiado mecánica, siempre se lo repetía.
―Pero cuéntame algo sobre ti ―le dijo ella―. Me gustaría conocerte por algo más que: “Mi Gaby es un gran chico, ojalá hubiese conocido a una niña como tú”.
Se mordió la lengua para no maldecir a su madre. Aunque, viendo los resultados, le estaba agradecido, siempre acostumbraba a ridiculizarle más de lo necesario. Tenía que cambiar el concepto que Ciara tenía de él antes de que fuese demasiado tarde, y se esforzó mucho en contarle su historia sin parecer un patán. 

La Tierra estuvo enferma

No es la primera novela que leo de esta autora. Muchos sabéis que me enamoré del estilo de Laura López Alfranca en La otra cara del espejo así que, cuando se me presentó la oportunidad de leer su siguiente novela, no tuve que pensármelo dos veces. 

De tinte postapocalíptico, Laura López Alfranca nos presenta una historia que rompe con todos los tópicos del romance juvenil. Una lectura estupenda con la que aprender que la maduración personal a través de la aceptación de uno mismo (eso tan difícil, pero tan necesario) es el único camino a seguir cuando buscas la felicidad.

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Vivir en Neo Pangea no es complicado, solo tienes que seguir las normas establecidas para el día a día bajo la cáscara. De niño aceptarás al cuilt asignado con el que tendrás que compartir tu vida. Y en ese punto es en el que nos encontramos con Samantha, debatiéndose en su interior si tirar al suelo a ese bicho tan raro o aceptarlo como compañero antes de soltar el himno: 
"Cuando la Tierra estuvo enferma de los cielos vinieron los cuilts a salvarnos. Un humano por cada alienígena; dos seres con un solo propósito: sobrevivir"
La mayor parte de las personas aceptan gustosamente el estilo de vida impuesto (prepararse para un trabajo predeterminado, elegir un compañero...), aunque siempre haya detractores, pero en esta sociedad no solo los seres humanos tienen voz y voto. Existen otras razas, más allá de los cuilts, con otro tipo de intereses sobre la Tierra que acabarán desembocando (como suele ocurrir cuando hay conflictos de intereses de entes con poder) en terribles consecuencias que te harán pegar los ojos al libro en busca de su resolución.

Pero no solo eso te mantendrá al vilo de la lectura, pues esta macrotrama envuelve otras subtramas que son interdependientes de la misma. Y es que cada pequeño paso que den Samy y Tepu (su cuilt) afectará de forma determinante al futuro de la sociedad. El problema es que es realmente complicado  comprender que en tus manos está su destino y que debes actuar como es correcto, anteponiendo el bienestar general a tu propia felicidad.

La trama estará teñida por el rojo del enamoramiento, dónde habrá lugar para un extraño triángulo amoroso, y por el rojo de la sangre. Esta autora no se anda con chiquitas cuando tiene que describir ciertos asuntos, y es muy de agradecer que no tenga remilgos porque favorece que crezca la trama, dándole coherencia y creando consecuencias de los actos de los protagonistas que sean verosímiles.


Foto robada de su facebook

¿Queréis saber con qué me quedo? 
Con una novela fácil de leer, llena diálogos  realistas (cada personaje habla de forma distinta, tienen voces diferenciadas), con un príncipe azul llamado Paul del que me he enamorado hasta las trancas y con cinco tardes muy entretenidas siendo espectadora de Neo Pangea.





A tener en cuenta:
  • Puedes leer los primeros capítulos aquí.
  • La autora hace referencias a Moulin Rouge, La Bella y la Bestia y a Alicia en el País de las Maravillas (a su loco juicio, en concreto).
  • El asunto de un cuilt por cada humano me recordó en un principio a los daimonions de Luces del Norte (o  daimons como les llamaron en la película llamada: La Brújula Dorada), pero la relación entre diadas no tiene nada que ver. 
  • Si buscas un romance juvenil típico aquí no lo encontrarás.
  • La nota de la autora al final de la novela aclarará ciertas cosas a los lectores que nos ayudarán a comprender mucho mejor los porqués de la trama.
  • Haz una lectura entre líneas, no te arrepentirás.
  • ¡Autoconclusiva!
  • ¿Qué? ¿Que ya la has  leído? Pues apúntate al  juego.



¡Salpicados! Capítulo 4



Capítulo 4
—Al menos deja que te invite a cenar —dijo ella—. Necesito pagarte esto de algún modo.
No había sido solo el sumidero de la cocina, el desagüe de la ducha también necesitaba un mano experta y al armario del salón, al que le faltaban los tiradores, no había sido menos. Por suerte, Gabriel siempre llevaba algunos tiradores desparejados en su caja de herramientas y pudo solucionar hasta eso último.
Había echado toda la tarde en esa casa haciendo cuatro chapuzas por las que le resultaba indecente cobrar a esta chica. Ahora entendía porqué le había mentido su madre con el mueble de Ikea, si hubiese sabido la verdad ni se habría molestado en ir hasta casa de la camarera de la que aún desconocía el nombre.
—Me quedaría encantado, créeme. Pero mi niña me espera.
—Ah, sí. Melisa, ¿verdad?
—Sí —Gaby se levantó de un salto y le crujieron las rodillas—. Y ¿tú? ¿Tienes algún nombre?
Se sacudió los restos de madera que se habían pegado a su pantalón mientras esperaba, la chica parecía necesitar más tiempo del habitual para presentarse. Tuvo que tomar aire, como si en lugar de su nombre fuera a decirle su número secreto del banco.
—Me llamo Ciara. Con C, pero se pronuncia como si fuese una K.
—Un placer, Ciara con C —repitió él perfectamente—. Te has encontrado a mucha gente la que le cuesta pronunciar tu nombre, ¿verdad?
—Nací y crecí en un pueblo que forma parte de la España profunda, puedes estar seguro de que sí —dijo demasiado seria—. ¿Sabes lo frustrante que es que la profesora que te conoce de toda la vida se bloquee al pasar lista y te llame Ziara día sí, día también?
—Oh, sí. Tuvo que ser un trance terrible.
Se echaron a reír mientras Gabriel recogía sus enseres. No quería llegar tarde a su cita con la chica más importante de la faz de la Tierra, tenían pensando cenar pizza y ver las aventuras de Campanilla por enésima vez.
Ciara le acompañó hasta la puerta, debatiéndose si invitarle a una copa estaría fuera de lugar sabiendo lo que sabía de él. No estaban en igualdad de condiciones, su madre se lo había vendido como un Jaguar de segunda mano, potente, pero económico, que solo necesitaba una puesta a punto. Y, aunque no tuviera planes de acercarse a él como Cándida lo pretendía, sí que le gustaría compartir otra cerveza con este chico. A pesar de la mala fama que tenía y de lo que comentaban las vecinas cuando Cándida desaparecía de la cola de la carnicería, Gabriel le parecí un hombre generoso, dulce y de lo más interesante.
—Si por casualidad vuelves a caer por el bar en el que trabajo, estarás invitado a lo que quieras.
Gabriel le dedicó una sonrisa algo infantil, dentro de ese cuerpo de manitas no había una gota de la maldad que las malas lenguas le atribuían: que si dejó preñada a la niña de los Prieto, que si la había enganchado a las drogas, que si la obligaba a ganarse la vida mientras él iba de bar en bar, que si esa niña tenía que comer era gracias a su abuela... Había oído de todo y nada bueno. Pero esa sonrisa inocente no tenía nada que ver con aquello.
—O tal vez te apetezca pasarte a final de mi turno y nos tomamos algo juntos —insistió ella.
Esta vez, la sonrisa de Gabriel se hizo tan grande que hasta se le marcó un hoyuelo al lado izquierdo de la boca. Le sentaba realmente bien.
—¿Se puede saber qué te ha dicho mi madre? —quiso saber—. ¿No te habrá hablado de dote, verdad? Porque no tengo nada que ofrecerte.
—¿Nada? —bromeó ella—. Pero Cándida me prometió paella todos los domingos que quiera pasar por su casa. Y una comida gratis, es una comida gratis...
—A cambio de entretenerme un rato, ¿no?
Ciara se encogió de hombros.
—Creo que solo quiere que salgas un poco y te diviertas de vez en cuando.
No sabía si fiarse del todo. La chica era nueva en el barrio y eso era una ventaja, pero estaba seguro de que ya se había enterado de su vida. Una ciudad pequeña, un barrio pequeño y demasiadas viejas chismosas por metro cuadrado. Además, él ya se había sincerado demasiado la noche en la que se conocieron y no estaba seguro de ir a sentirse cómodo con alguien que conocía de antemano esa terrible debilidad que sentía por Verónica.
—¿Me estás evaluando? —preguntó ella malinterpretando su mirada.
Se echaron a reír y el hoyuelo de Gabriel volvió a aparecer en escena. No la estaba evaluando, claro que no. Eso ya lo había hecho en el bar, cuando la clasificó en su archivo como una chica atractiva a la que no acercarse por la señal de ese tortuoso tatuaje en el brazo. Una de esas lindas desequilibradas de las que es mejor alejarse.
—Pero, vamos a ver, ¿tan insufrible te parezco?
—No, no. Nada de eso. Es solo que me gusta hacerme de rogar, no todos los días se me acerca una tía como tú a pedirme una cita.
—¿Una cita?
—Llámalo como quieras, no estoy muy puesto en estas cosas. Pero el caso es que quieres salir conmigo y a mí no me gusta perder el tiempo. No sé si puedo fiarme de ti.
—Bueno, supongo que tendrás que arriesgarte y descubrirlo.
Gabriel volvió a reír y se dio la vuelta. Avanzó unos pasos hasta alcanzar el inicio de las escaleras y se giró hacia ella.
—¿Siempre eres así?
—Sí —dijo Ciara sonriente—. También soy esa clase de persona que no cree en las segundas oportunidades.
El chico bajó dos escalones antes de darse la vuelta de nuevo.
—¿A qué hora terminas el martes?
—Tengo turno de tarde, así que a las diez te espero en la puerta.