La eterna persecución del tiempo hacia el ser humano data de tiempos más recientes de lo que imaginamos. Y aunque algún
Tempus Fugit Virgiliano se haya colado en nuestro Inconsciente Colectivo, no es hasta la época
rapidista* cuando el tiempo decidió
acecharnos.
Despierta
Desayuna
Lávate la cara y los dientes
y
Corre
Clase, trabajo, tiempo libre, respira, resopla, suda en verano, suda en invierno y ponte enfermo, suenate los mocos, échate bronceador, toma café y té. Silva cuando puedas, corre entre las flores y antes de que quieras darte cuenta.... Estarás celebrando la navidad de nuevo.
Tengo mi propia teoría al respecto.
Antes, cuando el mundo giraba despacio, tenías tiempo para pararte a oler las flores. Ahora, desde que nuestra ambición social nos lleva por el embudo más estrecho que jamás se haya visto, desde que deseamos acelerar el tiempo y vivir en el futuro a toda costa, no podemos perderlo. ¿Por qué?
Lo siento, pero creo que el tiempo se ha enfadado con nosotros y nos ha declarado la guerra.
Y aquí estoy yo, robándole un minuto al día mientras me preparo para trabajar durante el resto de la mañana y planeo un suicidio mental para el fin de semana (único momento en el que tengo cinco minutos para ello). Así que voy a plantarle cara... Sí... Voy a coger al tiempo por el cuello de la camisa y decirle cuatro cosas... Sí... Voy a reivindicar mis derechos.
1: Quiero oler las flores.
2: Quiero mirar las estrellas.
3: Quiero olvidarme de la nieve hasta diciembre.
4: Quiero que la vida no me pase en un abrir y cerrar de ojos. Quiero pestañear hasta que me falten las fuerzas para ver sólo aquello que
no merezca la pena ser visto.
Voy a tomarme un café, mientras empiezo mi trabajo. Pero a las siete, cuando vuelva a casa, abriré la ventana para hacer una escapada a nunca jamás y nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el tiempo, podrá impedírmelo.